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Edición militante: balance y perspectivas

Ponemos a vuestra disposición la transcripción de la charla del II Encuentro del Libro Comunista el pasado 14 de junio. Al final de la entrada, encontraréis el link para descargaros el pdf.

 

1. Introducción

Es ya hora de que los comunistas expresen a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones, saliendo así al paso de esa leyenda del espectro comunista con un manifiesto de su partido.

Con estas palabras se cierra la introducción del Manifiesto del Partido Comunista, publicado en 1848 y encargado unos meses antes a Marx y Engels por la Liga de los Comunistas, con la intención de publicitar sus puntos de vista y que sirviese como programa del partido. Durante los 176 años siguientes se ha convertido en uno de los textos más editados, traducidos y difundidos del mundo. Pero no fue único en su especie, desde entonces el movimiento comunista se volcó en una labor editorial que perdura hasta nuestros días, con diversos fines. Pareciera evidente que los revolucionarios en general y los comunistas en particular siempre han tenido un interés en los libros. Y no es para menos, ya que desde los tiempos de Gutenberg los libros han sido un vehículo esencial para la difusión de conocimientos y más en concreto de ideas subversivas. No obstante, en ocasiones esta cuestión ha quedado relegada a un lugar secundario y se ha llenado de confusiones y mistificaciones. ¿Qué libros editar? ¿Cuál es el papel de la teoría revolucionaria? ¿Qué lugar tiene la edición militante en el movimiento? ¿Qué posición tienen los comunistas con los derechos de autor? En esta charla trataremos de dar una primera aproximación a estas preguntas.

2. Marx y Engels

A pesar de que existen interesantes iniciativas editoriales desde los comienzos del movimiento obrero, hemos decidido comenzar nuestra exposición con las que atañen al socialismo científico elaborado por Marx y Engels. Dado que el modelo de editorial militante que defendemos bebe de la tradición comenzada por ellos, queremos tomar este punto de partida para trazar la historia de la edición militante a partir de sus paralelismos respecto al movimiento revolucionario o de resistencia del proletariado en su conjunto.

Primeramente nos queremos detener en las circunstancias de elaboración y difusión de El Manifiesto del Partido Comunista, encargado por la Liga de los Justos y que se publicó finalmente en 1848. La primera edición del Manifiesto se imprimió tres veces en unos meses, por capítulos, en la Deutsche Londoner Zeitung, corregida y maquetada de nuevo en 30 páginas en abril o mayo de 1848, pero desapareció de la circulación con el fracaso de las revoluciones de 1848. Durante los años 50 y 60 la publicación se mantuvo igual de marginal: una pequeña edición en Londres a cargo de un alemán emigrado y otra aún más pequeña en Berlín en 1866, la primera publicada en Alemania. Mientras tanto, las prometidas traducciones a numerosos idiomas que anunciaba el propio texto del Manifiesto solo tuvieron reflejo en una versión en sueco, publicada probablemente a finales de 1848, y otra en inglés en 1850, ambas desapareciendo sin dejar rastro.

Lo más significativo de este panfleto es el vuelco que tiene lugar en la década siguiente, motivado por la creciente importancia de Marx en el panorama político alemán (en concreto en la AIT) y por el juicio por traición contra Liebknecht, Hepner y Bebel, líderes de la socialdemocracia alemana. Si el primer hecho hizo que se recobrara el interés por los escritos de Marx, el segundo proporcionó una publicidad inesperada. La acusación leyó el texto del Manifiesto para apoyar su caso, lo que permitió que se hiciera una nueva gran tirada completamente legal, puesto que había sido reconocido como documento judicial. Marx y Engels aprovecharon para escribir el primer prefacio de todas las ediciones que estaban por venir, y entre 1871 y 1873 el estallido comenzó con seis traducciones inéditas.

A partir de entonces su influencia se expandió por todo el planeta y progresivamente fue difundido en un sinfín de lenguas. Hay dos lecciones de este recorrido editorial que cabe destacar. Por un lado, la tensión entre la publicación clandestina y la legal. Las formas de proceder en uno y otro escenario son determinantes y condicionan todo el proceso de impresión y difusión de una obra. Aunque el peligro de la censura y la represión es siempre un gran obstáculo, históricamente el proletariado ha sabido moverse con relativo éxito, lo cual abordaremos en el siguiente punto de nuestra exposición. Por otro lado, el hecho de que la difusión de una obra revolucionaria coincide espacial y temporalmente con el desarrollo y madurez de la clase obrera. Hasta la Revolución de Octubre el Manifiesto se distribuyó modestamente entre círculos obreros, incluso a pesar de que el SPD alemán contaba con muchísima presencia. Pero con la ofensiva proletaria que dio comienzo la URSS el texto empezó a correr como la pólvora por todos los países satélite, ya que ahora la teoría había dejado de ser cuestión de unos cuantos grupúsculos marxistas. Asimismo, cuanto más alejados están los territorios del influjo de las revoluciones obreras, más tarde se hace accesibles textos de este calibre. Cabe mencionar unas cuantas fechas curiosas del segundo libro del que hablaremos, El Capital, que concuerdan con los influjos de mayor ebullición: la traducción completa de los tres volúmenes al chino data de 1938; la primera edición del primer tomo en árabe es de 1947; en vietnamita se publicó en 1959, y al portugués no llegó hasta 1973.

En lo que respecta a El Capital, existieron tres ediciones en vida de Marx: la original alemana, la segunda edición alemana con sustanciales modificaciones y enmiendas y la tercera francesa, publicada en entregas entre 1872 y 1875. Esta tercera edición resulta interesante porque nació con una vocación divulgativa (Marx estimaba a los franceses más como prácticos que como teóricos, por lo que simplificó varios pasajes) que, al mismo tiempo, añadía nuevas reflexiones respecto a las dos ediciones anteriores en puntos muy relevantes de la investigación. En el mismo sentido, y esto es todavía más interesante para nuestra charla, Engels elaboró otras tres ediciones tras la muerte de Marx (una traducción al inglés y dos ediciones más alemanas) en las que incluyó comentarios propios aclaratorios. Hay un comentario de Pedro Scaron, editor jefe de la edición de El Capital de Siglo XXI, que lo resume muy bien:

Las ediciones cuidadas por Engels no deben tomarse por el texto definitivo de El capital (no hay tal texto definitivo) sino como un valioso y autorizado esfuerzo por establecer el cuerpo de lo que podría haber sido una nueva edición del primer tomo preparada por Marx.

Esta sería, salvando las distancias, la labor de edición que tratamos de emular desde Ediciones Extáticas. Incluso con sus añadidos polémicos, Engels hizo el esfuerzo de actualizar la obra de su compañero a la luz de notas inéditas, borradores y otros pasajes inconexos, amén de nuevas elaboraciones que intentaban hacer más inteligible el texto. Esto es, de por sí, algo muy valioso porque hace que el libro se convierta en un organismo vivo capaz de reflejar la actualidad incluso cuando está escrito hace 150 años. Sobre las maneras que hemos encontrado para actualizar las obras que editamos acorde al tiempo que vivimos volveremos al final de la charla.

Hay un elemento adicional que queremos recoger que será importante más adelante. Se trata de lo especialmente condicionantes que son las dificultades económicas cuando se trata de la elaboración, y posterior edición y publicación, de una obra de considerables proporciones como es El Capital. Además de los problemas de salud, Marx y su familia vivían sumidos en deudas. En muchas de sus cartas a Engels se queja de lo asqueroso que es llevar una vida así y de que en tales circunstancias es imposible llevar a cabo ninguna investigación. Cuando se acaba su fuente de ingresos más estable, su corresponsalía en el New York Tribune, la dependencia de sus amigos y camaradas se hace más acuciante. Esto muestra tanto la importancia de puntos de apoyo de similar calibre para conseguir que un libro vea la luz como la precariedad de que la producción de conocimiento se vea sujeta a tantas variables.

3. Bolcheviques

Avanzamos unas décadas hasta principios del siglo pasado, en el extremo este de Europa. La contribución del movimiento ruso a la escena editorial fue realmente importante sobre todo por las circunstancias en las que tuvo que llevarse a cabo. El autoritarismo zarista restringía mucho el margen de acción. Lo que ya hemos adelantado sobre la necesidad de moverse en la clandestinidad adquiere en este período importancia primordial, y en general la difusión de literatura revolucionaria consiguió sortear los obstáculos para que la teoría no quedara rezagada ante el ascenso del movimiento obrero.

La dimensión política de las labores editoriales alcanza un nivel sin precedentes en el seno del movimiento socialdemócrata ruso, que entendió la importancia de la consigna de Wilhelm Liebknecht, uno de los fundadores de la socialdemocracia alemana: «Studieren, Propagandieren, Organisieren» [estudiar, agitar y organizar].

La agitación política es la ocupación teórica básica en este período, y Lenin es un exponente ejemplar de este espíritu. En el ¿Qué hacer? expresa de manera concisa el gran reto de la socialdemocracia rusa: concentrar todas las gotas de excitación que se acumulan en las masas obreras y dar respuesta a su «avidez de literatura política». Esto marca una tarea política de la que hay que responsabilizarse: la gente demandaba saber para poder criticar lo que les rodeaba; la madurez del movimiento obrero implicaba la necesidad de una mayor densidad de publicaciones que fueran de la denuncia concreta de acontecimientos socialmente relevantes hasta el análisis riguroso de fenómenos que hacían más inteligible el proyecto comunista.

La traducción práctica de esta tarea a perfeccionar fue la construcción de una organización clandestina que debía echar raíces en el ambiente obrero para propagar la inquietud y el bullicio por la formación. Tener estrictas reglas de seguridad al respecto (konspiratsiia es el concepto ruso que se trataba de inculcar) resultaba esencial para la efectividad de la labor editorial. Como describe Lars Lih en el libro que hemos editado hace poco, Lenin redescubierto, en el cual dedica un capítulo entero a explorar la evolución de estas reglas de konspiratsiia, «la actividad principal de la escena clandestina giraba en torno a la literatura ilegal: obtenerla del exterior, crearla localmente, distribuirla y discutirla». Y si alguien quiere hacerse una idea de cómo se incorporaba esta dimensión al día a día militante, creemos que La madre, de Máximo Gorki, otorga un buen relato.

La gran apuesta protobolchevique fue la organización de un periódico a escala nacional. Lo cierto es que esto no fue una invención de Lenin y los suyos, sino que era el proyecto teórico y editorial que demandaban las condiciones rusas, la difusión amplia de literatura ilegal y la demanda constante de la misma, como decía Vela Zasúlich. Ya uno de los redactores de Rabochee delo (el otro gran grupo socialdemócrata junto con Iskra) describió en el número 8 de la revista que la vida rusa ya había superado el modelo obsoleto de difusión de Rabochaia mysl:

Buscan en sus periódicos artículos orientadores y no solo material bruto, exigen tanta iluminación como sea posible sobre todos los aspectos altamente importantes de la vida social y política tanto en Rusia como en el extranjero, aspectos ante los cuales la clase trabajadora no puede ni debe permanecer indiferente.

Se trataba de pasar de un periódico que sirve las «necesidades elementales» de los trabajadores a un periódico «integral y consistente» —palabras clave para Lenin e Iskra— que facilite «el auge de la politización del movimiento». Esto era otra manera de incidir en el conocido mantra de que sin teoría revolucionaria tampoco puede haber movimiento revolucionario. La forma del periódico permitía atender a cada resquicio del movimiento, a cada una de sus miserias y sus conquistas, al tiempo que se avanzaba en la construcción de un corpus teórico que usaba todos esos fenómenos para revelar las costuras del régimen autocrático y del capitalismo.

Con el triunfo de la Revolución de Octubre la dinámica editorial da un vuelco considerable. Ahora ya no se trata de una agitación contra el poder, sino de extender la idea del socialismo a nivel histórico-mundial, amén de continuar instruyendo a los propios rusos en cómo gobernar su propia vida. Para estos cometidos fueron muy importantes tanto el Instituto Marx-Engels como el Instituto Lenin, que acabaron por fusionarse. El primero tenía una dimensión más académica en el sentido de ser sede de investigación de temas históricos y de coyuntura (la mayoría de sus miembros eran historiadores), centrado en una proyección internacionalista que sirviese de faro de la revolución al proletariado de otros Estados. Esta tarea de recopilación y elaboración propia sería emulada tiempo después por el Instituto de Frankfurt, y por ejemplo recientemente se puede ver la misma estela en el Instituto de Estudios Socialistas creado hace poco en Euskal Herria, que alojó en abril un congreso internacional sobre Lenin. El Instituto Lenin, por su parte, tenía el objetivo casi exclusivo de funcionar como archivo de la historia del Partido y para la difusión del leninismo fuera y dentro del mismo.

La combinación del perfil más militante de este con la vocación marcadamente internacionalista de aquel fue tomada como precedente en la creación de la Editorial Progreso, en 1931. La mencionamos porque es una parada obligatoria en este recorrido que estamos haciendo debido al volumen de producción y la cantidad y rigurosidad de sus traducciones, algo de incalculable valor para poder acceder hoy a muchas obras. Volveremos a ella brevemente en un rato, pero queremos decir que con el tiempo y los medios suficientes seguramente daría para otra charla entera el analizar todo el proceso técnico y la organización militante de tareas que debía haber detrás de ella.

3.1. España

Dentro de esta época de auge editorial en las filas de nuestra clase, nos parecía oportuno fijarnos específicamente en las editoriales que surgieron en nuestro Estado al calor de la ola revolucionaria en toda Europa.

Con la influencia de la Comintern muchos países impulsaron sus instituciones obreras o avanzaron posiciones tomando como modelos a sus hermanos mayores del este, al menos en la tercera década del siglo XX. En el caso de España, las primeras ramificaciones tomaron la forma de varias editoriales que fueron poco a poco conformando nodos de esa potente red editorial durante la Segunda República.

Así, por ejemplo, Ediciones Oriente (1927) nacía con las siguientes consignas.

Frente al populismo, literatura realmente popular; frente al elitismo, colectivismo; frente al juego formalista, compromiso, y frente al plácido y desproblematizado mundo occidental, la problemática y tumultuosa realidad del mundo en el meridiano de Oriente. Así quiso presentarse la nueva editorial, como una apuesta radical por alejarse de la cultura canónica burguesa para aproximarse al horizonte cultural proletario, el motor que habría de derribar el viejo mundo.

Otras como Historia Nueva (1929) o Publiciones Teivos (1930) tuvieron una corta pero polémica vida. Esta es una de las reseñas que le dedicaba la prensa conservadora a este tipo de iniciativas:

Sabemos a ciencia cierta que una empresa que se titula “Publicaciones Teivos”, con domicilio en Madrid, calle de San Ignacio, número 8, está difundiendo profusamente por varias provincias una circular de indudable sabor comunista y con el anuncio de obras de Stalin, Trosky, Marx y otros escritores “ejusdem furfuris”.

Un ejemplo de editorial que ya anticipaba la dinámica de los años venideros es la de Ediciones Europa-América (1929-39). Auspiciada por la Comintern comenzó su actividad en París y quedó paralizada poco después por conflictos ideológicos entre una corriente más trotskista y otra que seguía la línea marcada por Stalin. Vuelve a España dos años después y reactiva su publicación juntándose a dos distribuidoras, AMPLI y Marenglen, propulsando así la difusión en lo que es una de las primeras asociaciones del mundo editorial en nuestro Estado. Continuará su actividad, en estrecha vinculación con el PCE, hasta poco antes de que termine la Guerra Civil.

Pero seguramente el caso más paradigmático sea el de la Editorial Cenit (1928-36), a cargo principalmente de Wenceslao Roces, la cual tuvo una mayor amplitud y empezó a extender una política editorial que hoy en día resuena bastante: asumir directamente la distribución u ofrecer lotes rebajados de libros para facilitar su accesibilidad a los lectores españoles, así como una publicación extensísima que alcanzaría los 200 ejemplares para 1935, abarcando todo tipo de géneros y formatos. Era sin duda una organización sólida y efectiva que pudo mantener vigente el espíritu de la revolución en su labor de difusión y edición.

4. Posguerra y Franquismo

Con el arrase a nivel general tras la Segunda Guerra Mundial y el desplazamiento del foco revolucionario hacia Asia, la dinámica que encontramos a mediados de siglo se vuelve más reactiva. Aquí la idea central que mueve los proyectos editoriales es la de ser baluarte de la contrainformación, ya fuera aquí dentro contra el régimen franquista o en general contra la narrativa hegemónica occidental de la Guerra Fría.

El caso de Ruedo Ibérico muestra cuál era una dinámica habitual: «Se trataba de enlazar el exilio con lo que ocurría en el interior. Había que romper esa distancia, encontrar un lenguaje común». En los 60 empezaron a reunirse en París, y rápidamente vincularon su contenido al diálogo del desarraigo. La editorial permitía tender un puente inmediato a uno y otro lado de la frontera, de la misma manera que había conectado toda Europa 40 años atrás y a los proletarios rusos y alemanes con las ideas del socialismo inaugurado por Marx y Engels.
Pero su labor no se quedó en esta conexión, consustancial a toda época en la que el movimiento obrero se ha dotado de instituciones similares. Al igual que los mejores conatos de agitación política de principio de siglo, aquí se recuperó la necesidad de una contrainformación feroz en todo ámbito de la vida. La salvaguarda de la censura franquista que otorgaba el exilio exterior se combinaba con el tejido de relaciones con los que permanecían en el exilio interior. Como explica en una entrevista la encargada de las relaciones institucionales de la editorial:

Queríamos escribir la historia de España desde dentro para los de dentro. No a través de unos exiliados que lamentaran su vida, sino que los del interior explicaran su interior, y creo que lo conseguimos. Para eso teníamos que entrar en contacto con los protagonistas de forma clandestina, editar la revista en Francia, y pasarla por la frontera.

Esta también era una época en la que las fuerzas reaccionarias neutralizaban a editoriales de este calibre de manera activa, en lugar de la ley de silencio y marginación que sería común a partir de los 70. En el caso de España, el Ministerio de Información del régimen era uno de los lectores más fieles de Ruedo Ibérico, al que calificaba como una fuente clave para conocer el estado de la oposición antifranquista.
Por otro lado, cabe destacar también una editorial instalada aquí, Zero/ZYX, debido a dos hitos fundamentales en el desarrollo posterior del movimiento editorial. Uno de carácter ideológico, ya que explicitaban su no identificación con ningún grupo más amplio, ya fuera una organización partidista o una red de instituciones de publicación y distribución como había sido habitual antaño. Contaban con una red de difusión propia, bastante bien organizada a base de delegaciones que llegaban a muchos puntos del Estado, y su objetivo era expandir literatura obrera y generar un caldo de cultivo cultural que mantuviese vivo el movimiento (y este era siempre un movimiento amplio y abstracto, un «pueblo» mucho más amorfo que el pueblo al que se dirigía Lenin en sus escritos) y esto se reflejaba en el contenido de sus publicaciones que agrupaba a diversas tendencias como cristianos, anarquistas o socialistas, pero lo más relevante es que dieron voz a colectivos obreros y comunistas de la época a los que no muchas editoriales estaban dispuestos a dar, como el Colectivo de estudios para la Autonomía Obrera, el francés Informations et Correspondances Ouvrières (ICO) o el inglés Solidarity. El otro hito era técnico, y es que pusieron en práctica por primera vez los puestos de libros, atendidos por militantes de la editorial y simpatizantes de la misma, que estaban a cualquier hora y en cualquier calle, moviéndose ágilmente para escapar de las autoridades y apareciendo en las puertas de facultades de universidad y fábricas.

El final de la censura franquista supuso una efervescencia general de actividad política así como de publicación de libros que antes estaban prohibidos. En esta época surgen cantidad de editoriales y se edita de todo, incluyendo clásicos marxistas que aún están por reeditar en la actualidad. Particularmente la edición de las Obras completas de Marx y Engels (OME), coordinada por Manuel Sacristán que era un proyecto colosal análogo a la MECW inglesa o la MEGA alemana y que quedó inacabado por la repentina muerte de Sacristán y a día de hoy sigue siendo el intento más desarrollado de publicar de forma sistemática las obras de estos autores.

Un grupo de esta época nos parece relevante es el colectivo Etcétera, fundado a mediados de los 70 por militantes autónomos y exmilitantes del MIL (el grupo armado del que formaba parte Salvador Puig Antich). Además de un boletín de información en el que además de ciertas clarificaciones teóricas difundían las luchas obreras del momento, proyecto que perdura hasta nuestros días, Etcétera continuó un proyecto inacabado del MIL para generar una biblioteca socialista, que se plasmó en la edición de folletos de textos perdidos de autores clásicos como Marx o Benjamin así como de la teoría crítica y el marxismo heterodoxo de la época. En esta misma línea hubo proyectos posteriores que también nos parecen interesantes como Alikornio, Castellote, Muturreko Burutazioak, Klinamen y otras, pero por brevedad tampoco nos entretendremos en esto.

5. Años 70

En los años 70, en el resto de Europa, al calor de las revueltas contra el trabajo, se empiezan a difundir ideas de grupos radicales que hasta ese momento habían tenido un alcance más bien reducido.

En Italia, por ejemplo, proliferan revistas y periódicos de corte marxista, entre los cuales mencionamos Potere Operaio, un periódico de fábrica que nace en 1962 en la zona de Biella y que constituiría una de las primeras manifestaciones del operaísmo de posguerra, así como un importante episodio de propaganda ligada a las necesidades de la lucha de clases inmediata.
En Francia, tenemos el ejemplo de la Internacional Situacionista, que editó 12 números de su revista entre 1958 y 1969, pero, sin lugar a duda, los textos más referenciados de esta tendencia fueron los libros La sociedad del espectáculo, de Guy Debord, y Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones, de Raoul Vaneigem, que se reeditaron cantidad de veces y se tradujeron a un montón de idiomas.
Este ejemplo no estuvo exento de polémica, y hay una anécdota que nos parece bastante relevante al respecto, en relación con una correspondencia entre la IS y una editorial comercial. A finales del 71 un representante de Feltrinelli, que era una editorial de corte izquierdista fundada por un miembro de una de las familias más ricas de Italia, se puso en contacto con la IS para editar una antología de textos de la revista. Debord respondió llamando a Feltrinelli reptil estalinista y reprochándole que varios años antes la misma editorial había editado otro texto situacionista, Sobre la miseria en el medio estudiantil y que, pese a su éxito, no fue reeditado. Así, le negó la edición de cualquier otro texto de la revista. Feltrinelli les acusó de hipócritas, ya que la propia IS dice que «todos los textos publicados por ellos pueden ser libremente reproducidos, traducidos y editados, incluso sin citar la fuente original». La siguiente carta de Debord abre con un «pobre gilipollas», y después de una exquisita colección de insultos, se responde categóricamente: como fue la propia editorial comercial la que decidió entrar en el juego jurídico burgués, se le responde que no, mientras otros grupos militantes pueden seguir produciendo múltiples ediciones piratas.

Creemos que esto ejemplifica bien la posición de los comunistas ante la propiedad intelectual, que es la de tratar de alentar la máxima difusión de teoría revolucionaria por encima del beneficio oportunista de ciertos actores interesados, que se dedican a lucrarse de las ideas revolucionarias mientras gozan de un amplio público. Otro ejemplo de esto es el de Anagrama, que en sus Cuadernos de los años 70 incluía autores marxistas como Lenin, Gramsci o Mandel, mientras sus Nuevos Cuadernos, lanzados en 2017, se nutren de la intelectualidad socialdemócrata contemporánea con autores como Zizek, Clara Serra o Marina Garcés.

Con el repliegue generalizado del comunismo a escala internacional, toda esta turba de revistas y periódicos acabarían muriendo, y se perdería la difusión de teoría revolucionaria, incluso por parte de las editoriales comerciales. Un ejemplo paradigmático es el caso de la editorial soviética Progreso: en 1991 se corta la financiación estatal y se despide a la mitad de los trabajadores. La editorial empieza entonces a publicar best sellers para compensar sus pérdidas.
Desde entonces, ha sido patente el auge de las editoriales comerciales, y no solo de aquellas que ya existían de antes, sino sobre todo de aquellas que se pretenden ser una continuación de los proyectos que hemos mencionado hasta ahora. Ahora, expondremos una definición mínima de lo que consideramos que es una editorial militante comunista, y por qué nos queremos desmarcar de esas otras editoriales comerciales «de izquierdas».

6. Definición de editorial militante comunista en la época de repliegue

El principal requisito que debe cumplir una editorial militante es, evidentemente, tener un carácter político, es decir, que el contenido de sus publicaciones esté ligadas a cierta línea política. Sin embargo, esto no es ni de lejos suficiente. Existen varias editoriales por allí que se hacen llamar editoriales «políticas», «de izquierdas», «comprometidas», «radicales» e, incluso, «revolucionarias». El contenido de los libros que publican es de carácter innegablemente político, pero eso no las hace editoriales militantes.

Este carácter político, en una editorial militante, debe darse junto a la vinculación a un movimiento, vinculación que debe explicitarse en la práctica de la editorial. Esto significa que una editorial militante es, además de aquella que «publica libros sobre política», aquella que aporta con sus materiales, desde el campo concreto de la teoría que se considere oportuno, el avance formativo necesario sobre la coyuntura actual. Con esto quedan excluidas aquellas editoriales cuyas decisiones están supeditadas a intereses completamente distintos, y a veces incluso opuestos, a la voluntad de proporcionar aquellos materiales que puedan ser útiles a un proyecto de motivación revolucionaria.
Por otro lado, una editorial puede publicar libros de gran interés para el conjunto de nuestra clase, pero si los saca a más de 30€ y sin posibilidad de consultar una versión digital gratuita queda claro que su objetivo principal (y por el que estará dispuesta a llegar más lejos) es explotar cierto nicho de mercado. Lo mismo puede decirse del carácter lucrativo del proyecto. Somos los primeros en reconocer que cualquier cosa que hagamos debe ser sostenible económicamente. Se espera que cierto libro sea comprado y difundido lo suficiente para que el proyecto cuente con fondos que permitan ampliar el foco y seguir facilitando el acceso a contenido teórico útil. Pero cuando la editorial se vuelve el medio de subsistencia de varias personas, por no hablar del medio de generar plusvalor para beneficio de los que ostenten su propiedad, la viabilidad del proyecto se ve comprometida.

Además de las consecuencias terriblemente enajenantes que tiene el salario, a cierta escala llegaríamos a una encrucijada de dos posibles escenarios: o bien la calidad del contenido se diluiría hasta el punto de perder el objetivo de formación e interés político; o bien habría que subir los precios considerablemente (haciendo, por ejemplo, que un libro que podría costar 10€ cueste 18€), contraviniendo así el principio de accesibilidad.

Hoy en día, otra forma ineludible de cumplir con dicho principio de accesibilidad es poner el pdf a libre disposición de cualquiera que quiera descargarlo gratuitamente. La venta de libros es comprensible en cuanto que un proyecto que se dedica a la edición de libros necesita dinero para sobrevivir. Lo mínimo que se puede hacer para quienes se interesan por nuestros libros es ofrecer la opción de leerlos sin ningún tipo de coste. Esto debería ser obligatorio para cualquier editorial militante: lo ideal sería que nadie tuviese que pagar ni un céntimo por tener acceso a estos textos. Al existir la posibilidad de publicarlos de manera gratuita, evitar esta opción completamente es, sin lugar a duda, sospechoso.

Cuestión aparte es la de los derechos de autor, que es el gran anatema de este siglo. Aquí no hay solución agradable: o uno pasa por el aro y trata de hacer pactos con el diablo que no le perjudiquen demasiado o toma el peligroso camino de la reproducción no autorizada de contenido. Hay multitud de motivos que pueden justificar el coger una u otra vía en cierto momento, pero lo que creemos que es esencial es que siempre esté presente la crítica a este blindaje legal absurdo que hace de la teoría comunista prácticamente un lujo en muchos casos. Lo hemos visto y lo seguiremos viendo cada vez más a menudo, ataques tanto de grandes corporaciones como de editoriales que van de progresistas. Y no seamos ingenuos pensando que esto es un tema de ser justos con la autora del libro y pagarle su trabajo; la mayoría están perfectamente a gusto sabiendo que su obra de ultranicho de repente se está traduciendo al castellano por y para un puñado de frikis que han visto el potencial político que tiene. Pero, por lo que sea, a las editoriales ávidas de monopolio no les hace tanta gracia.

Hoy en día, el acceso cada vez mayor a las tecnologías digitales permite un acceso cada vez mayor a los productos culturales. Esto ha supuesto una crisis de cierta noción de la propiedad privada con respecto al trabajo creativo que ha producido posturas que encierran tesis bastante reaccionarias: desde pequeños artistas digitales en Twitter defendiendo a capa y espada que no se emplee ninguna de sus creaciones sin pagarle una comisión hasta las grandes batallas legales que se despliegan en la alta esfera cultural por la mínima aparición del mínimo indicio de algo protegido por copyright. El alcance de la tecnología hoy en día hace tan fácil el copiar y pegar y el descargar y subir archivos que hasta parece que no hubiese ninguna instancia superior pendiente de ello. Este punto en el que nos encontramos entraña una concepción del trabajo creativo que parece ubicarse en los límites del concepto de propiedad privada, sin llegar a superarlos.

Si nos atenemos a los hechos, el derecho de propiedad sobre una producción intelectual no antecede a la piratería, sino que surge como respuesta a ella. Igual que Marx demostró que la propiedad privada no antecede a la economía política, sino que surge de un modo de producción específico, de igual modo podemos plantear que la propiedad intelectual no es el origen del consumo cultural. Históricamente, se podría decir que la «piratería» ha surgido cada vez que los medios de producción técnica se han vuelto disponibles para el común de los consumidores. Un ejemplo bastante reciente y que ha evolucionado hasta nuestros días es el de la música y las películas, que empezaron a ser pirateadas en el momento en el que las mismas empresas que controlaban la industria del entretenimiento pusieron a disposición del público que podía permitírselo grabadoras de CD y DVD. Aunque una historización adecuada de la propiedad intelectual nos llevaría a empezar por el Renacimiento, este ejemplo es suficiente para ilustrar nuestra tesis. La popularización de la piratería en el ámbito de la música y el cine ha llevado a restricciones cada vez más específicas en lo concerniente a la regulación de las copias y reproducciones de ciertos productos culturales. Hoy en día, vemos cómo cada dos por tres se cierran páginas web cuyo objetivo era el de compartir productos audiovisuales, libros, etc. a los que de otro modo solo se podría acceder pagando.

Haría falta otra charla para exponer pormenorizadamente nuestra postura crítica con la propiedad intelectual, pero, en lo que respecta a esta, es suficiente saber que nos oponemos frontalmente a ella, igual que nos oponemos a cualquier herramienta legal del capital. En nuestra labor como editorial militante, que tiene por cometido mayor el de volver todo lo accesible posible los textos que editamos, la cabida que puede tener esta lógica no es otra que la que no podemos evitar.

Ante esto, expresamos nuestra firme oposición a los modos de hacer de algunas editoriales pretendidamente «de izquierdas», con las que ya nos hemos topado un par de veces. Algunos de vosotros sabréis que el año pasado, la editorial Verso Libros, una editorial declaradamente «de izquierdas», se mosqueó bastante cuando se enteró de que íbamos a publicar el libro «Compulsión muda» de Soren Mau, que nosotros vendemos por 10€, y se opusieron a que saliera. Un año después, Verso, que es una editorial cuyos libros suelen costar un ojo de la cara y que no libera los pdf, lo publicó bajo el nombre «Coacción muda», a un precio final de 18€, un precio menor que el de la edición original en inglés de la misma editorial. Y es que hoy podemos afirmar que sin nosotros este libro costaría incluso más, y se habría difundido mucho menos. ¿Por qué a una editorial que se dice de izquierdas le parece mal que un libro que quiere publicar, y, por lo tanto, le parece de interés, sea publicado por otra editorial sin ánimo de lucro y a un precio más bajo? «Es una falta de respeto al trabajo del autor», hemos leído alguna vez de parte de alguno de ellos en Twitter. Tenemos una opinión distinta. De todas formas, con este tema no tuvimos mucho más problema, aunque sí que tenemos alguno por algún otro lado.

Otro ejemplo digno de mención de una editorial de izquierdas acosando a editoriales militantes es el de Capitán Swing, que hace unos dos meses obligó a la editorial Uno en Dos a retirar de su catálogo La lucha de clases en el mundo griego antiguo, tanto en su versión física como en su versión en pdf gratuita, un libro que llevaba 30 años descatalogado. Tampoco era una novedad para nadie que, tras una fachada pseudorrevolucionaria, progresista o como quieran llamarlo, se escondan editoriales que se dedican a acosar a pequeñas editoriales con la intención de aumentar sus propios beneficios.

En resumen, consideramos que una editorial militante comunista es aquella que se rige por un principio de accesibilidad, que se aplica tanto a precios como al subir pdfs gratuitos; que tiene un carácter no lucrativo; que ostenta una postura frontalmente crítica con los derechos de autor, y que, además de publicar contenido de carácter político, explicita la vinculación de su práctica con un movimiento mayor.

7. Editar hoy

Antes de finalizar la charla, nos parece relevante exponer el proceso que seguimos para hacer un libro, que es bastante similar al que siguen editoriales amigas. La importancia de exponer este proceso radica en que nos hemos dado cuenta de que existe bastante desinformación al respecto. Nos hemos encontrado con gente que piensa que vendemos los libros «a precio de coste», o a gente que piensa que traducimos los libros «a mano», como si desechásemos completamente el uso de traductores automáticos. Esto no es así. Pensamos que resolver estas ideas erróneas es importante por dos motivos: por un lado, porque muestra que esta no es una tarea al alcance de unos pocos, y que las facilidades técnicas que nos proporciona esta era no se deben escatimar; y por el otro, porque, a pesar de que la tarea de hacer un libro se haya simplificado en comparación con, por ejemplo, la época de los bolcheviques, muestra que sigue siendo una tarea a la que hay que acercarse con organización y dedicación, que ocupa horas y espacio, y que este no es más que el comienzo de lo que desearíamos que fuera una labor de edición y difusión de textos completamente al servicio de la emancipación de la humanidad.

Para hacer un libro, primero hay que decidir qué libro hay que hacer. Extáticas empezó en 2019 siendo una editorial que publicaba «fanzines», librillos de pocas páginas y de endeble encuadernación, a medida que el grupo de amigos que lo conformaba originalmente iban proponiendo textos que les parecían de interés. Estos fanzines han pasado prácticamente a la historia de nuestra editorial, aunque algunos de vosotros los habréis visto o tendréis algunos en casa: textos de Tiqqun, de Kurz o del Comité Invisible. Estamos bastante de acuerdo en la editorial en que nuestro primer proyecto editorial serio han sido los números de la revista Endnotes. A partir de entonces, no es que la elección de libros se haya vuelto más seria, porque nadie duda de que la publicación de aquellos primeros fanzines estuvo movida por una voluntad honesta de difundir y hacer más accesibles textos que fueran de interés para el proletariado, pero es verdad que es notable que tenemos mucho más en cuenta la coyuntura inmediata a la hora de discutir qué textos deberíamos publicar antes o después o, que, directamente, no deberíamos publicar.

Esto se ha dado a la par que una cierta evolución teórica de parte de los miembros que componen la editorial, que creemos que ha sido fundamental para dotar tanto a la editorial en su conjunto como a esta parte concreta del proceso de publicación en concreto de una coherencia y una unidad que difícilmente se habrían conseguido de otra manera. Si ahora funcionamos con más cohesión, tanto en lo que concierne las partes más técnicamente organizativas, como a la hora de elegir qué libros vamos a publicar, sobre qué vamos a hacer un hilo en Twitter, etc., es porque hemos abandonado un modelo que consideramos que se acerca bastante al asamblearismo, en cuanto que las decisiones que se tomaban en la editorial eran lanzadas en un grupo de Telegram y recibían un feedback de parte de quienes estaban por la labor de contestar o comentar algo al respecto, y las tareas eran realizadas por quienes ya llevaban tiempo haciéndolo, sin haber apenas rendición de cuentas o interés por ella. El abandono de este modelo ha sido prácticamente una coincidencia, porque apenas hemos discutido sobre esto entre todos, sino que se podría decir que cada uno de nosotros ha pasado por este proceso «por su cuenta», y que las consecuencias de estos procesos individuales se han acabado volcando en nuestra labor editorial. Esta, evidentemente, no es la manera óptima de hacer las cosas: no se puede confiar en que la gente, por puro voluntarismo, evolucione ideológicamente de manera deseable por su cuenta. Es necesario que todo espacio con voluntad revolucionaria, sean cuales sean las tareas específicas que le atañen, se haga cargo de ese importantísimo cariz político y militante de manera conjunta.

Dicho esto, seguimos con el proceso de hacer un libro. Una vez acordada la elección de un libro, se crea un grupo (alguna vez varios, si el libro es muy largo) con miembros de la editorial que se hayan propuesto para traducirlo, pero también con personas externas a la editorial. Normalmente, llegamos a estas personas porque o son amigos o conocidos nuestros que han mostrado interés por colaborar en la editorial, o por conocidos de conocidos. A cada persona se le asigna una parte y, según la urgencia de la publicación, se ponen fechas límite aproximadas o no.

Aquí es donde entramos en el proceso de traducción. Como hemos mencionado anteriormente, empleamos herramientas de traducción en línea. Nuestra favorita es DeepL, aunque alguno de nuestros colaboradores externos ha empleado alguna vez un programa de traducción más potente. Existe una tendencia a pensar que emplear este tipo de herramientas o la inteligencia artificial es signo de «poca calidad». Esto, además de formar parte de una lógica bastante reaccionaria, o incluso primitivista, según la cual «cuanta menos tecnología, mejor», es ponerse palos en las ruedas. El empleo de herramientas de traducción reduce enormemente el tiempo de creación de un libro, y, para quienes esta información pueda ser relevante, también se da a niveles más profesionales de edición de libros. Ahora bien, estas herramientas no son ni de lejos perfectas. De serlo, no necesitaríamos cuatro o cinco personas para traducir un libro de 200 o 300 páginas. Además, y alguna vez nos ha pasado, se nota mucho cuándo un texto ha sido traducido por una herramienta de traducción sin una corrección humana adecuada. Por eso, solemos preferir traductores que tengan cierto conocimiento del idioma original.

El proceso de traducción suele consistir en pasar el texto por una herramienta de traducción, y, a continuación, revisarlo con el texto original delante, realizando todas las modificaciones pertinentes, que pueden ir desde errores de la herramienta de traducción hasta «cosas que nos suenan mejor». Entre medias están las cosas que suenan más naturales: cambiar el orden de la sintaxis de las frases, fusionar dos frases en una o dividir una frase en dos. La traducción es una tarea bastante asequible para cualquiera que tenga conocimientos del idioma original, pero es cierto que a veces se complica, entre otras cosas, porque es bastante común, en esta época en la que accedemos diariamente a contenido en inglés, ya sea en formato de memes, tweets o textos más largos, que nos suenen naturales expresiones que son un calco del inglés y que no existen en castellano. Esto, salvo varias excepciones, no suele suponer muchos problemas, porque muchos de esos calcos morfosintácticos del inglés son comúnmente aceptados y, sobre todo, comprendidos, pero el darnos cuenta de esta dificultad menor nos hace pensar que tal vez existan otros errores que cometemos y que no es suficiente con tener un conocimiento de cierto idioma o incluso cierta experiencia traduciendo para solventarlos. Sería deseable, para hacer de lo que editamos textos aún más accesibles y adecuados para su difusión y uso, una adecuada formación de traducción, que ninguno de nosotros tenemos.

La parte final sería la coordinación del material traducido, la revisión y la maquetación. Para esto último, también hay aplicaciones de fácil accesibilidad y uso. Todos estos elementos resumen una realidad muy ventajosa de nuestro tiempo: es más fácil que nunca la labor editorial. Hoy en día, una sola persona puede perfectamente, si se lo propone, realizar el proceso entero por su cuenta. Ello explica que hayan proliferado en los últimos años varias editoriales parecidas a la nuestra tanto en vocación militante como en método artesanal: esta feria es el ejemplo más palpable de ello.

Toda esta simplificación del proceso también supone la posibilidad de ofrecer los libros a un precio muy reducido. Por ejemplo, los 6 euros que cuestan nuestro Endnotes 1 están destinado a sufragar los costes de impresión (que son algo más de 2 euros para un libro de bolsillo de 240 páginas) y los porcentajes que nos piden las librerías para poder colocarlo en sus estanterías, y el resto vuelve a la editorial para adelantar el pago de futuros proyectos.

Finalizado el bosquejo del proceso que seguimos para hacer un libro, pasamos a explicar cuáles son los principales problemas a la hora de poner en marcha nuestra actividad en la actualidad. Para esto, es importante insistir en algo que ya hemos mencionado anteriormente, y es que, como editoriales militantes, nuestro objetivo siempre va a ser estar al servicio del proletariado. Este «estar al servicio del proletariado» puede materializarse de varias maneras según la coyuntura: ahora mismo, dado el estado disgregado y más autónomo de la edición militante aquí y en casi cualquier punto del planeta, nuestra labor no puede consistir en mucho más que en publicar, difundir y hacer accesibles textos que nosotros mismos, a veces con la opinión de otros, consideramos interesantes para la formación del proletariado. Esto en sí mismo no es problemático, pero está claro que aún falta un trecho para que la elección de libros esté realmente supeditada al interés del proletariado.

También hay inconvenientes de tipo logístico, ya que los libros costarían mucho menos si no dependiésemos de una empresa para imprimirlos. Además, no es poco común que entre las editoriales militantes surjan problemas a la hora de almacenar los libros: los tenemos que ir repartiendo por habitaciones propias o de colegas como buenamente podemos. Por último, están los problemas legales de los que ya hemos hablado, a los que se les suma la posibilidad de la represión directa. Es cierto que hoy en día no es un requisito esencial el recelo y secretismo de épocas pasadas, pero casos que nos recuerdan que es mejor ir con pies de plomo. Por citar uno, está la detención completamente arbitraria del editor de la editorial francesa La Fabrique cuando iba camino a una feria del libro en Londres. Su catálogo contiene ensayos de activistas como Andreas Malm y de diversos pensadores de izquierda, pero tampoco es la cosa más radical del mundo. Y sin embargo le retuvieron en el aeropuerto durante horas con la legislación antiterrorista en la mano. Asimismo, no está de más recordar que en el espantoso genocidio que estamos presenciando en Gaza también se ha dado la dosis habitual de incautación de libros y de desmantelamientos de puestos en los contextos de las acampadas estadounidenses o en otros espacios afines al movimiento de resistencia palestino.

Todos estos retos marcan las tareas que tenemos en el corto y medio plazo. A estas alturas prácticamente hemos cerrado el círculo. En los albores del socialismo científico, la actividad editorial era una rara avis que empezaba a salir tímidamente de los grupúsculos intelectuales. A comienzos del siglo XX, empezó a permear en todas las capas y se convirtió en una de las principales armas de combate del proletariado organizado. En la segunda mitad de siglo, su declive y progresiva marginalidad fueron directamente proporcionales a la descomposición de un sujeto revolucionario sólido que había fracasado en la guerra cultural. Finalmente, hoy, en un escenario copado por las grandes editoriales que inundan el mercado con contenido infinito que apela hasta a los espectros más de nicho, se hace necesario quebrar de nuevo esta marginalidad que tiene ecos de aquella primera etapa, para conectar nuestras labores de traducción, edición y publicación a la recomposición política del comunismo a escala internacional.

 

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